miércoles, 19 de diciembre de 2012

Ya podrían ser negros tus ojos, para ver reflejada en ellos nuestra vida juntos, marrones para recordarme cada noche en vela pensando en ti, recorriendo tu espalda con mis yemas; o miel, por todos esos depertares a tu lado. Ya podrían ser verdes para hacerme viajar a esas tardes de verano dejando que el tiempo se escurriese sin importancia alguna, azules como el cielo en cada uno de nuestros atardeceres, o grises como cada día de noviembre que pasé a tú lado.
Sin embargo, no es el color de sus ojos lo que enamora, si no la forma en la que buscan cruzarse con los míos, dibujando una sonrisa en sus labios. Enamora el sabor de ésta en cada beso escondido entre las sábanas de mi cama, o el olor de su ropa, o el tacto de su pelo bajo las caricias de mis dedos. Su risa, su forma de andar, su voz nada mas despertarse, cómo se apoya en la pared mientras me espera, o cómo me abraza por detrás para hacerme perder la noción del tiempo con cada beso en el cuello.
Que enamoran sus enfados, caprichos, alegrías, tristezas, sus abrazos cada vez que hace frío, su manera de enroscarse la toalla a la cintura nada más salir de la ducha, o cómo va así todas las mañanas a encender la cafetera.
Que de él enamoran demasiadas cosas como para sólo fijarse en el color de sus ojos.

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