viernes, 22 de marzo de 2013

Hoy he estado pensando en sus manos. Cosa extraña, ¿verdad? Echar de menos las manos de alguien... Cualquiera diría que se trata de locura, pero no. No es locura, es añoranza.
Añoro su mano agarrando la mía, guiándola hasta sus labios para impregnarla de dulces y tiernos besos. Añoro el modo en el que me aferraba a él cogiéndome de las caderas al besarme. Cómo se revolvía el brillante pelo al estar inquieto, o como me apartaba el mio de la cara cuando un vergonzoso mechón se interponía entre sus ardientes y posesivos ojos y los míos. Añoro cuando recorría con su dedo índice mi oreja, bajando por la barbilla, el cuello y el escote, hasta el vientre, y cómo volvía a hacer ese recorrido durante horas. Sus manos eran como mi cuna, mi fortaleza, allí donde nadie, absolutamente nadie podía herirme.
Añoro como me elevaban hasta la cima del mundo, llenándome de éxtasis y deseo, hasta que explotaba en mil añicos a su merced, como conseguía entrecortar mi respiración sólo con tocarme, acelerando mi pulso y parando el mundo de ahí fuera. Añoro la forma en que me reconstruía a base de caricias siempre que me derrumbaba sin fuerzas ni ganas de seguir luchando. Si, sin duda alguna sus manos eran mis protectoras, mi castillo lleno de guardias armados con un gran foso a los pies, mi propia valla electrificada, la cual nadie podía atravesar para hacerme daño. Nadie..., excepto él.

martes, 12 de marzo de 2013

Y nada más abrir los ojos es como si el sol brillase más para verla sonreír. Me encanta como, cada mañana, se despereza en la cama, frotándose los ojos y gimiendo levemente, cómo se revuelve enfurruñada y por fin cede, incorporándose para mirar por la ventana, acariciando su oscuro y rebelde pelo.
Y ahí estoy yo, como cada mañana, en el umbral de la puerta, observando ese maravilloso espectáculo por el cual, cualquier persona cuerda, pagaría por ver. Y como siempre, se me entrecorta la respiración y se me queda cara de tonto cuando sus ojos chocan con mi mirada.
-Buenos días, amor.- su voz suena por toda la habitación, suave como la seda, cargando cada partícula de amor y nerviosismo, llenando mis oídos y produciéndome un dulce escalofrío que recorre mi espalda. Joder, ¿cómo coño consigue provocar todo eso?
-¡Buenos días!- se contesta a sí misma en tono burlón, viendo que yo sigo pasmado en la puerta. Sonrío. Qué suerte tengo de haberla encontrado.
-Hola,- mascullo al fin, sentándome en el hueco que dejaba libre a su lado. -¿qué tal has dormido?
-¿Por qué siempre te levantas tan pronto?- me interrumpe, poniéndose algo más seria.
-Me agobia estar en la cama sin poder dormir, prefiero levantarme y entretenerme con cualquier cosa.
Sus enormes ojos se desvían a mi boca mientras respondo, y los míos se entretienen recorriendo cada centímetro de su cara. Dios, ¿quién no se perdería horas y horas en esos profundos y espectaculares ojos?
-He dormido muy bien, ¿y tú?- contesta, sonriendo y entrelazando sus manos a mi cuello. Mh, qué bien huele... Me inclino un poco y la beso. Fuerte, con todas mis ganas. Beso a la mujer de mi vida, a la única a quien podría besar. A la que más quiero, a la única que amo. Y ella sonríe bajo mi beso, pero yo no paro. Me acerco más, aferrándome a ella, haciendo que una discreta risa resuene por toda la habitación, despejando y llenándolo todo de color. Consiguiendo que el claro cielo azul de mayo envidie la belleza que una simple mortal consigue desprender en tan solo una carcajada.
-He dormido bien.- digo sonriendo pegado a sus labios. Y ojalá siga durmiendo así de bien el resto de mis días. Contigo.